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Por Guillermo Alfieri*
Crónica en Claroscuro
 
Discépolo, espejo de la tragicomedia nacional

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Fecha:23/12/2016 9:36:00 
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“Tengo frío”, murmulló Enrique Santos Discépolo en el comienzo del verano porteño de 1951. Tania, su compañera, recibió el pedido de que el abrigo fuera el pulóver de vicuña, de poco uso. En el atardecer de ese 23 de diciembre, el artista de variadas facetas dio el paso hacia el otro lado de la vida. Lo llevaron al cementerio horas antes de que sonaran las campanadas por la Nochebuena. A 65 años de su muerte, se cumple la profecía discepoleana de que “en el 2000 también” hay feos problemas en el mundo y la humanidad no logra encontrar el tornillo que le falta al globo terráqueo.

Enrique Santos Discépolo nació el 7 de marzo de 1901, en el hogar de padre músico. Pronto quedó huérfano y lo criaron unos tíos de cómoda situación económica. Su primera rabona la provocó matemáticas. Fue a la escuela normal, con ánimo de ser maestro, pero abandonó en segundo año. En cambio, se propuso escribir obras de teatro, contagiado por su hermano mayor, Armando, y la barra de dramaturgos amigos. “Los Duendes” se estrenó en 1917. Su condición de actor acompañó la precocidad del autor y director de teatro y cine. En la Antología tanguera el debut de Discépolo es Quevachaché, de 1926. Gobernaba el radical Marcelo Torcuato de Alvear y la depresión económica-social y moralarmaba su invasión. El espíritu de la época mereció la crítica del letrista: Lo que hace falta es empacar mucha moneda, / vender el alma, rifar el corazón. / Tirar la poca decencia que te queda. / Plata, plata, plata… y plata otra vez (…) La panza es reina y el dinero es Dios.
Discépolo reflexionó tiempo después: “Yo he tenido el coraje de expresar en voz alta lo que otros piensan en silencio”. En 1947, desarrolló un ciclo de audiciones por LR3 Radio Belgrano. Con la ilustración cantada de Tania, Discépolo explicó cuál había sido el origen de cada tango y reveló su método para la creación. En resumen: identificaba los ejes centrales del tema dividía en partes el conflicto y atento al estado anímico, trataba de comentarlo con música. El personaje era considerado en su desconsuelo, en su alegría, en su rabia y la pretensión era que la música dijera lo que luego aclararían aún más las palabras. El cuidado mayor era que el tecnicismo no neutralizara a la expresión.

De 1928 es Chorra, como para sintetizar que en cada tango hay una historia que salta, se aquieta, llora, ríe, grita, maldice y se angustia: ¡Chorros! / Vos, tu vieja y tu papá. / ¡Guarda! / Cuídense por que anda suelta, / si los cacha los da vuelta, / no les da tiempo a rajar (…). Del mismo año son el rotundo Malevaje y la tierna figura de ¡Soy un Arlequín! De 1929 es el deseche humorístico de Victoria: ¡Cuando desate el paquete / y manye que se ensartó! / ¡Victoria! / ¡Cantemos victoria! / Yo estoy en la gloria. / ¡Se fue mi mujer! De 1930 es el impecable Yira-Yira.

En 1931 golpeaba la crisis internacional. En la Argentina mandaba un gobierno de facto. Adolfo Hitler en Alemania ganaba posiciones. Benito Mussolini tenía la suma del poder en Italia. Discépolo exclama ¡Qué sapa, Señor! La tierra está maldita y el amor con gripe en cama. / La gente en guerra grita, / bulle, mata, rompe y brama. / Al hombre lo ha mareao / el humo al incendiar. / Y ahora entreverao / no sabe a dónde va. Cambalache es de 1935. Tango emblemático, revulsivo. La dictadura de 1976 a 1983 recomendó su no difusión. Siglo veinte cambalache / problemático y febril. / El que no llora no mama / y el que no afana es un gil (…) Es lo mismo el que labura / noche y día como un buey, / que el que vive de los otros, / que el que mata, que el que cura, / o está fuera de la ley (…)

En el oído de Enrique Santos Discépolo silbaron otros tangos. Intimistas como ¡Uno! (1943) y Cafetín de Buenos Aires (1948), entonces censurado por los versos que comparan al local protagónico con el amor maternal. Sumergido en la política caliente, Discépolo no incluyó Cambalache en su ciclo de Radio Belgrano. Él estaba en un lado de lo que hoy se denomina la grieta y Mordisquito era el opositor diseñado como simbólico modelo.
Discépolo se dirigía a Mordisquito: “Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no inventé a Perón. Te lo digo de una vez así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad, yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron de vos, por vos y para vos. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado en un largo camino de miserias” (…).

En la coyuntura, Enrique Santos Discépolo tomó partido. No resisto la tentación de mencionar a Jorge Luis Borges en la posición contraria. Porque ambos compartieron ser blanco de la desacreditación, por aplicación de las miradas retorcidas por la intolerancia, a ultranza. Confieso que atravesé esa etapa. No es cuestión de arrepentirse, sino de modificar la actitud para no perderse ni a Borges ni a Discépolo, por la belleza y envergadura incuestionables de sus respectivas obras.

*Periodista - Escritor
Publicado el 23 de diciembre de 2016
@alfieriguillermo
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