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Por Guillermo Alfieri*
Crónicas en Claroscuro
 
Rescate del linyera

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Fecha:12/12/2016 11:41:00 
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Nada viene de la nada. Se acercaba la celebración del Día Nacional del Tango y busqué biografía que me ayudara a resolver qué escribir, de un tema con tantas aristas interesantes, significativas e inagotables. Al cabo de un rato, anclé la atención en páginas del capítulo La Canción Popular en Crisis, del libro Esos Tangos Malditos, de Ricardo Horvarth. Allí aparecieron las figuras del linyera y del croto, ricas en matices, como emergentes sociales, en un laboratorio complejo, inspirador de creaciones artísticas. Como una cosa trae la otra, de la obra de Horvarth pasé a un relato de Haroldo Conti y de la lectura a ver a Oreste Berta contando una jugosa e inquietante anécdota con un linyera.

Linyera proviene de linghera, denominación que los inmigrantes italianos brindaban al atado de ropa. Croto es la grafía modificada de (José Camilo) Crotto, ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, que en 1936 resolvió que los trabajadores golondrinas viajaran gratis en los vagones de carga del ferrocarril. Como adjetivo, linyera quedó para el vagabundo y croto para el desahuciado social, aunque también se aplicó al mal jugador de fútbol, sinónimo de patadura.
En los barrios bonaerenses, solíamos observar la presencia de algún linyera, con la precaución indicada por nuestros mayores de no acercarnos demasiado a personas andrajosas, con cabello y barba largos y descuidados. En fin, poco menos que el temido “hombre de la bolsa”. El prejuicio fue vencido por el conocimiento y el trato esporádico con el linyera que acostumbraba sentarse en un banco de la estación de trenes de Ramos Mejía.

Payadores de principios del siglo XX hablaron de los linyeras. En 1930 Agustín Magaldi grabó el tango Vagabundo: Hoy vagabundo y perdido / alzo mis brazos en cruz, / para enterrar al olvido / toda mi vida sin luz. Poco después, Ignacio Corsini cantó Linyera: Bajo el chaparrón, / caminando sin sentir, / se lavará mi corazón / del barrio del sufrir. / Esperando un sol de felicidad / arrastrando voy como el caracol / mi suerte en larga soledad.

La gran depresión se prolongó hasta avanzada la década de los años 30. Con la desocupación crecieron los linyeras, obligados a serlo por las circunstancias. Por su parte, los crotos rurales se denominaron obreros golondrinas, de cosecha en cosecha, a veces en familia. De los unos y los otros subsisten muestras, con otras denominaciones, como la de cartoneros, entre otras changas en vigencia. En 1977 comenzó a publicarse en el diario Clarín la serie Diógenes y el Linyera, con arraigo popular que aún persiste. Tenemos en casa, para uso cotidiano, platos estampados con el texto y el dibujo del uruguayo Tabaré. Dice en uno de ellos el linyera: Lo más importante en la vida no puede comprarse… un amanecer, un otoño, el sonido del campo de noche, el canto de los pájaros. Diógenes piensa: ¿Y para qué comprarlo si es totalmente gratis?
La reflexión filosófica no es extraña a los linyeras. Depende de la historia personal. Hubo intelectuales que rompieron amarras y eligieron el aislamiento. El anarquista asturiano Pedro Puro se radicó en zona de montes formoseños, con notable biblioteca, para cultivar la mente. Al efecto, ilustra el episodio registrado por Oreste Berta y subida a Youtube. Un linyera se acercó al grupo encabezado por el mago de Alta Gracia, que renegaba con el motor de un Torino, preparado para la inminente competencia automovilística. Fallaba el moderno carburador. El curioso intruso pidió permiso, tomó la pieza en dificultades, realizó imperceptibles movimientos con sus manos, algo ajustó y el problema quedó solucionado. Saludó y como vino se fue, anónimamente.

En la literatura argentina hay semblanzas de linyeras. En el tomo de los cuentos completos de Haroldo Conti (1925 – desparecido en 1976) está El Último. En primera persona, el protagonista narra constituirse en “vago” errante, más cerca de las rutas que de las vías. Soñó con el ascenso social, fue empleado burocrático y vendedor de bienes inmuebles en sospechosas operaciones, se endeudó para el confort de clase media, se casó, sufrió por los vaivenes del consorcio, estafaron sus sentimientos. Dice: “(…) Mi cuerpo se pone de pie liviano y contento. Eso me tiene constantemente de buen humor o a lo sumo de un humor melancólico, lo cual me ayuda a pensar en todas estas cosas que me enseña el camino. Estoy limpio y vacío en medio de él, de manera que siento la tierra como nadie podría hacerlo en este momento, excepto otro vago (…) no sé a dónde me llevará ese camión ni qué será de mí el día de mañana. La verdad que el día de mañana no existe para mí y creo que por eso me siento vivo (…)”.

En materia musical restaba la difusión masiva de La Canción del Linyera, de Ivo Pelay y Antonio Lozzi, interpretada por Antonio Tormo, a mediados del siglo XX. Apenas se escuchaban los versos Cuando se asoma el sol / sobre los campos del talar (…), los oyentes de radio suspendían la tarea que realizaban y coreaban la versión edulcorada de la aventura melodramática:

(…) junto a las vías van los linyeras,
llevando como el caracol
la casa a cuestas y al azar,
van los gitanos todos los días


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Linyera soy, lo que gano lo gasto, lo doy.
No sé llorar, ni en la vida deseo triunfar.
No tengo norte, no tengo guía
para mí todo es igual

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