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Municipalidad de Parana

Por Guillermo Alfieri*
Crónicas en Claroscuro
 
Dos artistas de lozana creatividad

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Fecha:24/10/2016 10:52:00 
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En un parpadeo pasan cinco o seis décadas. Lo confirmé hace unos días, cuando vi en acción a Víctor Manuel (Vitillo) Ábalos y a Ramón Ayala, en sendos programas de televisión. Ambos fueron protagonistas de la irrupción de la música y el canto folclórico, en escenarios metropolitanos, sofisticados y callejeros, con repertorios incorporados al acervo popular. Con el valor agregado de la nostalgia, Vitillo Ábalos toca el bombo y zapatea, a los 94 años de edad. Ramón Ayala no abandona su atuendo campesino y expresa dos de sus clásicas composiciones, a los 89. Son artistas de rica obra acumulada.

Pago donde nací,
Es la mejor querencia,
Y más me la recuerda
Mi larga ausencia, ay, ay, sí, sí


Cinco fueron Los Hermanos Ábalos: Napoleón Benjamín (Machingo), Adolfo, Roberto, Vitillo y Marcelo Raúl (Machaco). Grupo de cinco voces, tres guitarras, piano, y bombo legüero, que alternaban con charango, quena y pincuyo. De las peñas y fogones vecinales, el conjunto progresó al prestigio en Santiago del Estero. La calidad de aficionados creció a la de profesionales, cuando en el país se desarrollaba la radiofonía y la industria discográfica. El desembarco en la Capital Federal fue a agenda llena, en 1939. Los Hermanos Ábalos perforaron las vallas que retenían al folclore en la periferia de la gran ciudad.
Chacareras, zambas, gatos y escondidos surcaron el aire desde emisoras de considerable audiencia teatros céntricos habilitaron el espectáculo visual, con el complemento de la danza. En 1942, Los Hermanos Ábalos participaron en la banda sonora de la película La Guerra Gaucha, con Carnavalito Quebradeño. En 1952 grabaron su primer álbum, con mayoría de temas del exitoso grupo, que abrió rumbos a otros nombres, propuestas y procedencias, que anclaron gustos y conmovieron la indiferencia citadina. En mi caso, recibí una humana ayuda para interpretar y apreciar sentidos del folclore santiagueño.

De Los Hermanos Ábalos y Víctor Ledesma es
Chacay Manta, de ande soy,
mi traido esta chacarera,
pa’bailarla alguna vez,
pero no una vez cualquiera.


Víctor Teté Durgam fue mi amigo, a partir de su noviazgo con Susana Mattei, agraciada integrante de nuestra banda juvenil del club Estudiantil Porteño, de Ramos Mejía, en el conurbano bonaerense, cuando amanecían los años de la década de los 60. Teté era santiagueño y cursaba los últimos tramos de la carrera de Medicina en la Universidad de Buenos Aires. Con su tonada sostenida, incentivada en el momento de acompañarse con el bombo, animaba reuniones hogareñas y nos contagiaba coplas pegadizas y divertidas nos traducía palabras del pueblo originario y nos explicaba el significado de las que desconocíamos.
Teté nos guió por reductos de artistas folclóricos, como El Ceibal y El Hormiguero, donde conocimos a los riojanos Hermanos Maza y al entrerriano Víctor Velázquez, en la noche-madrugada porteña. Apenas se recibió, el doctor Durgam se instaló en Loreto, para atender enfermedades de la pobreza, mientras la politiquería se aliaba con la curandería, para dominar conciencias. Se casó con Susana y tuvieron dos hijos. Hace un año Teté volvió en cenizas a Santiago del Estero, porque así lo había pedido a sus seres amados.

Te vi, no olvidaré
Un carnaval, guitarra, bombo y violín.
Agitando pañuelos te vi,
Cadencia al bailar, airoso perfil.


Los Hermanos Ábalos realizaron giras internacionales, merecieron premios. Las bajas frenaron las actuaciones. Machaco murió en el 2000 y Roberto en 2001. Vitillo, nacido en 1922, intercambia saberes con nietos y bisnietos de los Ábalos, sin que falte el destacado rockero. Mantiene encendida la chispa del ingenio. Le preguntan por qué el conjunto incorporó el piano al folclore, que no era usual en aquel tiempo. “El piano estaba en casa y era injusto dejarlo de lado”, responde con picardía.

De Ramón Ayala y Vicente José Cidade es
El silencio vibra en la soledad
Y el latir del monte quiebra la quietud
Con el canto triste del pobre mensú
Yerba, verde, yerba
En tu inmensidad


Ramón Ayala es músico, escritor y artista plástico. El volumen de su producción demuestra que trabajó a destajo e innovando. Con combinación de sonidos, poesías, narraciones y pinceles, el Litoral es su gran tema, dramático, bello, de montes, ríos, misterios, mitos y leyendas. Con denuncia de la explotación de seres humanos y de la naturaleza. El Mensú es el cosechador de yerba mate el jangadero es el hombre de la balsa el cachapecero es parte de la galería de oficios en la región noreste. Ramón Ayala es de ahí. Nació en Garupá, a 15 kilómetros de Posadas (Misiones), el 10 de marzo de 1927. Lo inscribieron como Ramón Gumersindo Cidade, el mayor de cinco hermanos. Vicente José, uno de ellos, violinista con el que compartió la autoría de El Mensú, galopa de protesta que corearon los rebeldes cubanos en Sierra Maestra.
Los Cidade, familia de clase media, se mudó a Corrientes. Ramón fue precoz guitarrista y eligió el apellido Ayala, para la función artística. La muerte del padre y la necesidad de estudiar, lo ubicaron en el porteño barrio de San Telmo, sin despegarse de la condición de litoraleño, especialmente de Misiones. Comenzó a ser conocido como integrante del trío (Arturo) Sánchez – (Amadeo) Monjes y Ayala.

Algo se mueve en el fondo
Del Chaco Boreal,
Sombras de bueyes y carro
Buscando el confín


El Cachapecero fue grabado por Mercedes Sosa y la zamba Mírame otra vez, por Los Nocheros. Son ejemplos de creaciones de Ayala en las que los intérpretes absorben el mérito de la autoría. Es como se atribuyen a Joan Manuel Serrat los versos de Antonio Machado, “caminante no hay camino, / se hace camino al andar”. Son cerca de 300 piezas las registradas por Ramón Ayala. Son una decena de libros editados. Es larguísima la lista de exposiciones de obras pictóricas. Son miles los kilómetros cubiertos en viajes intercontinentales. Llenan carpetas, paredes y vitrinas los testimonios de premios y distinciones que le otorgaron. En el cuaderno de ruta de Ramón Ayala había un domicilio: calle Alsina 231, Paraná. La casa de Miguel Martínez y Martha Bader. Lugar de encuentro de artistas fundamentales del folclore, con la palabra distribuida para escucharse y degustar el pescado de temporada, asado por el anfitrión impecable. También para que en el quincho Ramón Ayala entonara su tema:

Mi pequeño amor,
todo vive en ti
y la tierra es en tu cuerpo
fruta madura


*Periodista - Escritor
Publicado el 24 de octubre de 2016
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