Es un gusto hablar de Mario Alarcón Muñiz. La razón es que el Senado de la Nación lo distinguió con el diploma de honor Domingo Faustino Sarmiento, por su trayectoria de periodista, vocero de buenas causas, con rango de maestro en el uso de la palabra, oral y escrita. Reconocido como de valía por sus pares y por personas anónimas de variada condición. En el salón Azul del Congreso, Mario no se contentó con recibir y agradecer el testimonio del premio. Apenas le ofrecieron el micrófono, se explayó obre una de sus obsesiones: el riesgo de que la globalización arrase con la identidad de cada pueblo al respecto, requirió acción a los representantes parlamentarios de las provincias, para fomentar el cuidado de los rasgos distintivos del país federal.
Los datos biográficos abren hendijas para rumiar acerca del personaje. Es entrerriano de cepa antigua, nacido en la ciudad de Victoria, el 6 de agosto de 1936, como el mayor de cuatro hermanos, hijos de la ama de casa María Carolina Razeto y del periodista Humberto Alarcón Muñiz, doble apellido adoptado por Mario Alarcón. Por razones de trabajo paterno, la familia se mudó a Gualeguay. Cursadas la escuela primaria y la secundaria, Mario pudo ser periodista heredero, pero fortaleció la posta y la vocación con el estudio pertinente. Para eso se instaló en Buenos Aires y concurrió al privado Instituto Grafotécnico, con programa aproximado al de la formación académica para el oficio, recién habilitada en la Universidad Nacional de La Plata.
Del aula a la redacción del diario El Debate y también a LT 38, radio de Gualeguay. Lugar de pertenencia de artistas notables, en coincidencia territorial, que Mario explica con cita de Juan Laurentino Ortiz: paisaje suave, sin estridencias, melodioso, apacible, casi sin tormentas. El intelecto del periodista se nutrió con la lectura de creaciones de los paisanos poetas, narradores y ensayistas. Amplió la galería literaria con José Hernández, Martiniano Leguizamón, Jorge Luis Borges y Eduardo Galeano, por ejemplo. Mario es capaz de mencionar de corrido a decenas de artistas plásticos, compositores, músicos y cantores, que modelaron sus gustos y cargaron su alforja de conocimientos, aplicados en su obra periodística.
Seguro que al muchacho de firme estampa no le faltaron labia, piropos y coplas para noviar desde la adolescencia. A los 22 años se casó con Norma Veiravé, hermana de Alfredo Veiravé, uno de los destacados poetas de Gualeguay. Tuvieron cuatro hijos. El tocayo Mario es geofísico, con empleo en empresa petrolera Carolina es profesora de Letras Fabiana trabaja en la Universidad Autónoma de Entre Ríos Alfredo es diseñador gráfico. Mamá Norma falleció temprano. Con el tiempo, papá Mario contrajo matrimonio con Luz Halle. A la familia arribaron Lautaro, licenciado en Comunicación Social, y Lisandro, estudiante de Ciencias Jurídicas. La descendencia se completa con once nietos. Buena gente, según el abuelo, que derramó en el numeroso grupo la preferencia por Boca Juniors, sin deserciones en la elección.
Las cualidades de Mario Alarcón Muñiz, operaron como imán para que lo convocaran a dirigir propuestas comunicacionales. En el recorrido por medios gráficos dejó huellas en Concordia y Gualeguaychú. En la inaugural televisión entrerriana y la pionera agencia provincial de noticias, con respectivas sedes en Paraná. Armó sus propios programas, con su inconfundible voz y producción esmerada. Redactó colaboraciones para publicaciones más entusiastas que profesionales. Se lució en la locución de festivales folclóricos, con glosas que terciaron con la frivolidad. Hizo un alto en tareas del oficio, para desempeñarse, en 1986, como subsecretario de Cultura de la provincia, sin ser afiliado al partido gobernante, por entonces la Unión Cívica Radical.
Mario Alarcón Muñiz es marca registrada para lectores, oyentes y espectadores. Lo que escribe y dice carece de párrafos aguados, errores y ausencia de sintaxis. Las frases no son rengas ni desmañadas. Su periodismo es político cuando aborda cuestiones del federalismo. Su periodismo es cultural cuando difunde leyendas, tradiciones, dramas populares, artes, oficios, proverbios y enigmas. Su periodismo hizo docencia cuando, ante los senadores, centró el discurso en el tema de la identidad nacional, que incluye el idioma como tesoro a resguardar.
Ese 22 de setiembre de 2016, Mario volvió complacido a Paraná, aunque con un problema a resolver en la casa ubicada en Hipólito Yrigoyen 364: hallar una pared con espacio vacío para colgar el título de gran tamaño que le entregaron en el Senado, con el valor agregado de que en la primera edición correspondió a Mercedes Sosa. En el estudio de esa vivienda cumple el objetivo de componer textos, con la computadora en el papel de auxiliar técnico. El propósito es invertir la mayor parte del día a no dejar en el tintero ricas anécdotas y recuerdos entrañables, a recopilar en libros, que se sumen a los dos ya publicados: Entrerrianías y Paraná, del Río a la Querencia.
Para esa dedicación exclusiva, Mario sólo mantiene en el aire el célebre momento de La Calandria, por la radio de la Universidad Nacional de Entre Ríos, de lunes a viernes, a las siete de la tarde, con irradiación simultánea y gratuita por 19 emisoras de los departamentos Concordia y Uruguay. Así va la vida del periodista de la mejor estirpe, que cumplió 80 años de edad sin festejarlo y todavía no tramitó (ni cobra) la jubilación ordinaria. En la semblanza de Mario Alarcón Muñiz caben los gajes del oficio, con censuras a cargo de intolerantes, que no pudieron doblegar dos barreras: el repudio de lectores y oyentes y la decisión del periodista de no aflojar ante degolladores de ideas y verdades.
*Periodista - Escritor
Publicado el 30 de septiembre de 2016
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