Doloroso testimonio de una víctima en el juicio contra el represor Céparo
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Crímenes de lesa humanidad en Paraná durante la dictadura
Doloroso testimonio de una víctima en el juicio contra el represor Céparo
 
Ver imagen Un mujer que fue secuestrada y sometida a torturas con picana eléctrica por una patota integrada por policías provinciales en septiembre de 1976, que prestó declaración en su casa, reconoció al ex policía provincial Atilio Céparo como uno de los integrantes de la patota que la secuestró y también lo ubicó como partícipe de las torturas. "En el momento en que me tiran al piso, (Atilio) Céparo me tenía de los pies", relató.

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Fecha:28/09/2016 12:49:00 
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La mujer dio un desgarrador testimonio sobre el calvario que sufrió durante los días en que permaneció desaparecida y a merced de la patota de la Dirección de Investigaciones de la Policía de Entre Ríos.
En su casa, les contó a los integrantes del Tribunal Oral Federal de Paraná, al fiscal, a los querellantes y al defensor que Atilio Ricardo Céparo fue uno de los policías que la secuestró de su trabajo, el jueves 23 de septiembre de 1976 aseguró que la trasladó en varias oportunidades mientras duró su cautiverio lo ubicó en la sesión de tortura a que fue sometida dos días después en la Jefatura Central de Policía marcó en un plano la oficina de "Sanidad" en la que se produjeron los tormentos y reconoció la declaración que dio en 1984 ante la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH).
Céparo, de 67 años, está acusado por la privación ilegítima de la libertad cometida por un funcionario público, con abuso de sus funciones y/o sin las formalidades previstas por la ley y/o desempeñando un acto de servicio vejación, aplicación de apremios ilegales o imposición de tormentos contra la mujer.
El represor no estuvo presente ayer en la audiencia. Una médica del Servicio Penitenciario consignó en un parte que Céparo estaba "descompuesto", "angustiado" y que le había manifestado su deseo de no concurrir a la sede del tribunal oral. Pero su ausencia podría tener otra explicación.
La audiencia de ayer se dividió en dos partes. Más temprano, las partes se constituyeron en la casa de la víctima, donde escucharon el minucioso relato que hizo del horror que le tocó vivir por aquellos días.
La mujer, que entonces tenía 24 años, contó que el jueves 23 de septiembre de 1976, policías vestidos de civil se presentaron en la sala de terapia intensiva del Sanatorio La Entrerriana, donde trabajaba como enfermera, pidieron por ella y se la llevaron en un automóvil Ford Falcon celeste, primero a la jefatura y después a la Comisaría Quinta. Según dijo, luego supo que uno de sus captores era de apellido Céparo.
Entre la noche del viernes y la madrugada del sábado, la trasladaron nuevamente. "Llegamos a la jefatura, me empezaron a sacar la ropa y me tiraron sobre una colchoneta, y me ataron los pies y las manos. Después me pusieron un almohadón en la cara. Había mucha gente ahí. Una voz que siempre identifiqué era la de un comisario (José Domingo) Gianotti, como que dirigía todo ahí no sé cómo me enteré de su nombre, tal vez porque tenía la identificación. Después empezaron a torturarme con picana eléctrica en los senos y en la vagina y a preguntarme por gente que yo ni conocía y otros que sí, y me decían que vivía con una guerrillera", relató en su declaración. "En un momento vino alguien, que yo creía que era un médico, a auscultarme. Yo le pedía agua, porque tenía la boca seca, y me decía que no podían darme agua", acotó en la continuidad del relato.
En esa circunstancia, según dijo, también estuvo Céparo: "Yo estaba en el piso y tenía la venda, pero alcancé a verlo a mis pies", contó.
La mujer no puede precisar cuánto duró el suplicio, pero sí hacer una estimación: "Para mí duró más de una hora" y agregó: "Estaría mintiendo si digo una hora, pero era de madrugada y volví (a la comisaría) cuando ya casi estaba aclarando".

Según dijo, permaneció en la Comisaría Quinta hasta el domingo, cuando nuevamente Céparo fue a buscarla para otro traslado a la jefatura, supuestamente para hacer una declaración. Entonces tuvieron un tenso diálogo que la enfermera rememoró:

-¿Cómo estás?, le preguntó el represor.
-Para qué me preguntás, si vos sabés que me torturaron ?le contestó ella.

-No, yo no sé nada, yo no sé nada. Si te hicieron eso, te quiero decir que estás a disposición del Ejército, no tenés nada que ver con la Policía, nosotros no tenemos nada que ver y si te hicieron eso, si te torturaron, pedirte perdón es poco.

-¿Y me van a largar?, quiso saber ella.
-No, para eso falta, concluyó Céparo.

Aquella declaración en la jefatura, sin embargo, se interrumpió abruptamente. Céparo le dijo que habían recibido "una llamada" y que tenían que irse, contó la mujer. "Se fueron un montón y volvieron con mucha gente, todos a la jefatura, y los pusieron contra la pared. Eran Tissera y los Fernández. Y yo me pasé todo ese tiempo sentada en un banquito, contra la pared, en la jefatura", relató.
Los primos Oscar Eduardo Tissera y Arturo Fernández tenían 19 años cuando fueron ilegalmente detenidos, el 26 de septiembre, en la casa de sus abuelos, en calle Churruarín. Estaban enterrando unos libros sobre la revolución cubana, discursos del Che Guevara, Fidel Castro y la historia del comunismo que el primero había heredado de su abuelo, militante del Partido Comunista.
Un grupo de tareas de entre quince y veinte policías los sorprendió cuando estaban bañándose, uno en el baño y el otro en un patio interno de la casa los encañonaron, los interrogaron a punta de pistola ("decí dónde están las armas o te mato ahora mismo", recordó Tissera que lo amenazó un policía) y terminaron llevándoselos casi desnudos ("no me dejaron ni vestirme", contó Fernández).
Simultáneamente, otra patota secuestró a la madre y a la hermana de Fernández, y todos terminaron en la Jefatura Central de Policía, como lo contó la enfermera, aunque antes los pasearon por distintas comisarías.
"Me torturaron con picana eléctrica en los genitales, me tiraban agua para que fluyera mejor la corriente por todo el cuerpo y me preguntaban por los nombres de una libretita que yo había tirado cuando me llevaron", contó ayer Tissera ante el tribunal oral. El mismo horror vivió Fernández: "Me pasaron la picana por la boca, los genitales y hasta la punta del pie era como si no podía respirar y encima me metieron una almohada en la cara que me sacaba el aire. Estaba acostado en una cama y pensé que me iba".
Ninguno reconoció a los integrantes de la patota, pero ambos mencionaron a un policía "de voz gruesa" que estaba detrás suyo cuando eran torturados y que parecía ser quien mandaba en esa escena.
Del relato, además, surge una evidente vinculación entre su secuestro y los dichos de la enfermera sobre por qué Céparo salió raudo cuando la estaba interrogando.
El derrotero de los primos los llevó luego a la cárcel de Paraná, luego fueron trasladados a la unidad penal de Gualeguaychú y de allí en avión hasta Coronda, donde permanecieron hasta el 23 de diciembre de 1976. Se fueron juntos, aunque antes tuvieron una "entrevista" con el represor Juan Carlos Trimarco, quien les hizo una especie de arenga y los despidió diciéndoles: "Dejen de hacer pozos".

Un policía en el consejo de guerra
María Cristina Lucca, Marta Brasseur y Graciela López fueron ilegalmente detenidas el 11 de noviembre de 1976 en la ciudad de Cipolletti, provincia de Río Negro, en operativos realizados a plena luz del día por grupos de civiles armados.
Las tres fueron trasladadas, vendadas e inmovilizadas, al centro clandestino de detención "La Escuelita", en el batallón militar de Neuquén, donde fueron interrogadas bajo tortura y luego trasladadas a Paraná, primero a la denominada "casa del director", en la cárcel de varones. Recién el 3 de diciembre su detención quedó asentada en los registros, cuando ingresaron a la Unidad Penal Número 6.
Las tres mujeres fueron sometidas, junto a otros detenidos políticos, a un consejo de guerra en el que las acusaban por su participación en la muerte del general Jorge Esteban Cáceres Monié y a mediados de enero un tribunal militar les impuso largas penas de cárcel en una parodia de juicio.
Lucca y Brasseur reconocieron ayer a Céparo como uno de los policías que les hizo firmar una declaración autoincriminatoria que sirvió de base para la condena que les impuso el tribunal militar. El dato, además, consta en documentos del Servicio Penitenciario que revelan que Céparo y Carlos Horacio Zapata, ambos policías provinciales, pretendieron sacarlas de la unidad penal. "Nos hicieron firmar algo que no pudimos leer y tampoco podíamos rehusarnos", dijo Lucca. "Supongo que el contenido de esa declaración fue el basamento de la condena del consejo de guerra", acotó Brasseur.
Allí también Céparo ocupó el centro de la escena.

Fuente: El Diario
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