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Por Guillermo Alfieri*
Crónicas en Claroscuro
 
Por el Día del Periodista

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Fecha:07/06/2016 10:56:00 
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La figura de Mariano Moreno, recibe hoy ofrendas florales y discursos de homenaje, porque el patriota secretario de la Primera Junta fundó la Gazeta de Buenos Ayres, periódico que apareció el 7 de junio de 1810, razón por la cual se celebra, en esta jornada de otoño, el Día del Periodista. El lema de la publicación con conceptos revolucionarios fue: “Rara felicidad de los tiempos en los que se puede sentir lo que se quiere y decir lo que se siente”. Sin dejar de agradecer las salutaciones y celebrar la fecha, la oportunidad es propicia para repasar la agenda, al menos parcial, de temas pendientes del periodismo en general y a los periodistas en particular.

El paradigma impreso en la gazeta moreniana, debería haber regido como costumbre cotidiana. Sin embargo, en nuestra historia se cargó de intermitencias, con la censura como estandarte o con la confusión como herramienta. Las mordazas por la fuerza, se pintan por sí solas. Las que se imponen como eufemismos y sofismas, requieren ser advertidas, porque perforan con sutileza la propia razón de ser del periodismo y del papel de los periodistas.
La ecuación más grosera se fabrica de este modo: las corporaciones predominan en la propiedad de los medios de comunicación los periodistas que trabajan en relación de dependencia se ven obligados a la obediencia debida. La proposición no es novedosa. Hace rato que circulan humoradas al respecto. El aspirante a periodista rinde examen le indican que opine sobre Dios antes de abrir la boca para responder o ponerse a teclear la máquina de escribir, el novato requiere: ¿a favor o en contra? En diccionario específico, se incluye la siguiente acepción: periodista es el que hace lo que el jefe de redacción le pide.

Lo que es nuevo es que la broma deriva en cosa seria, cuando en la lucha del poder político versus empresarios gravitantes, la obediencia debida es considerada aceptable por el cuerpo social y es admitida en el gremio de los directamente involucrados. El grave peligro que se corre es la eliminación de los límites éticos, imprescindibles en la práctica de cualquier gestión humana. Con más exigencia si la libertad de conciencia está institucionalmente protegida, por leyes de orden público y el puntual Estatuto del Periodista Profesional.

El desconcierto reinante no es ingenuo. Se cavan trincheras para alojar causas partidarias como si fueran del conjunto. Al respecto, vale la pena recurrir al libro Paren las Rotativas, de Carlos Ulanovsky. De 1810 a 1870 se desarrolló en la Argentina un periodismo absolutamente entregado a servir de tribunas facciosas, reflejo del país binario. Osiris Troiani evaluó, en 1984, que en algunas épocas la nación fue gobernada por periodistas como Mariano Moreno, Manuel Dorrego, Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento, mientras que Juan Bautista Alberdi y José Hernández plasmaron buena parte de la fisonomía cultural. “Hoy –concluye Troiani- cualquiera de ellos tendría dificultad de encontrar un lugar en la prensa comercial, porque el jefe de publicidad les ordenaría que se callaran la boca”.
Es cierto, avanzado el siglo XX se tomó nota de que la información podía proporcionar apetecible rentabilidad y el negocio resultó tentador. Lo que ocurrió fue que el objetivo empresario se armonizó con el criterio de cuidar la calidad del producto, destinado a un respectivo lector modelo. Basta repasar el staff de Crítica, creado por Natalio Botana en 1913 y el de Clarín, dirigido por Roberto Noble desde 1945, para comprobar el pluralismo conformado por destacados integrantes.
Con el mismo criterio, desde los años 30 funcionó El Diario de Paraná, cuando se corrió de lugar de virtual vocero de la Unión Cívica Radical. Me consta que en 1980 el núcleo de redactores del medio local estaba integrado por radicales, peronistas, conservadores y un recién llegado de la cárcel acusado, por la dictadura, de delincuente terrorista subversivo. Por supuesto, la línea editorial la fijaba la patronal, dueña del medio, pero a nadie se lo obligaba a escribir en contrario de sus ideas, con el implícito acuerdo de que cada cual no podía expresar todo lo que pensaba pero nadie contrariaba su conciencia. Dicho de otro modo: el problema no es hacer lo que se puede, sino hacer lo que no se debe.
Si prevalece la docilidad, se borran las diferencias pero lo monocorde achata los atractivos que consolidan el universo de lectores, oyentes y televidentes, que cuando se van no tienen camino de regreso, con rotundo efecto negativo en lo planteado con sentido comercial o faccioso.
El tema es delicado y aguarda el debate en el gremio y los ámbitos de formación para el oficio, apto para curiosos, observadores, tenaces, rigurosos, precisos y concisos, con definidos límites éticos, que realcen el lema de la Gazeta de Buenos Ayres, con la esperanza de que ningún progreso tecnológico neutralice la vocación de andar la realidad, con el empleo de todos sus sentidos.

*Periodista - Escritor
Publicado el 07 de junio de 2016
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