El comunicado de una agrupación gremial, señala que en lo que va del año se realizaron 22 paros de profesores universitarios y más de un centenar de cortes de calles, avenidas y rutas en todo el país. Destaca el escrito, el éxito de la movilización efectuada en Buenos Aires, la semana recién pasada, a la que atribuye que el gobierno nacional haya mejorado la oferta salarial, con incrementos que suman el 33 por ciento a lo largo de 2016. Por fin, considera que “la huelga piquetera” visualizó el conflicto “que pretendía ser ocultado por el conjunto de los grandes medios” (de comunicación).
Ahora hay una tregua, que suspende las medidas de fuerza directas, adoptadas con disparidad en la red de unidades académicas, aunque se coincida en la legitimidad del reclamo, que viene de arrastre, en los distintos niveles de la Educación argentina. Si la demanda se entiende, también hay antecedentes de diferencias al momento de establecer el cómo desplegar la gestión gremial, para que la mancomunión interior de las universidades no se resienta, al punto de perturbar la calidad de la enseñanza.
Por mi condición de periodista, accedí a la docencia universitaria, en 1985. Era la etapa de la reconstrucción de la institucionalidad, sofocada por la dictadura una vez más. La autonomía, contempla la libertad de los universitarios de elegir rector, decanos, consejeros superiores y de facultades. De aprobar los respectivos estatutos, reglamentos, planes de estudio y programas de las materias. Con la autonomía recuperada, librada de autoritarismo e imbuida por el pluralismo, cada Universidad se puso en marcha, con el compromiso, ideas, capacidad y trabajo de los diferentes estamentos.
Mientras me acostumbré a que me denominaran profesor, aprendí a valorar el contrato pedagógico, constituido por el Plan de Estudios. Allí se establecen los propósitos generales y particulares, para la sólida formación de profesionales. Me consta que armar el texto de ese convenio es un auténtico rompecabezas, debatido por docentes, alumnos y egresados. Lo ideal debe conjugarse con los recursos humanos y financieros. La cantidad de materias que se colocan sobre una mesa excede un tiempo normal de cursado de una carrera. Precisamente, el Plan dispone el almanaque de actividades, en dos cuatrimestres por año y espacios para turnos de exámenes y tareas de extensión.
A los equipos de cátedra corresponde proyectar el programa específico, con detalle de los tópicos a abordar, trabajos prácticos, pruebas parciales y bibliografía. Contenidos teóricos y técnicos se cursan en un número determinado de clases, aproximadamente 15 por cuatrimestre, con una carga horaria también prefijada. De hecho, en los programas se refuerza la gravitación del calendario académico.
Cinco de los seis gremios que participan en la paritaria del personal universitario, aceptaron el incremento de haberes ofrecido por los representantes del gobierno, demorados en usar la llave que destrabara el problema. Para lo inmediato queda reparar, en lo que se pueda, los efectos de la huelga en los ámbitos de mayor acatamiento. Cualquier materia, agendada para el primer cuatrimestre de 2016, padece 22 días de paro, toma de facultades y jornadas de movilizaciones.
La última porción de la suba de haberes se efectivizará en el próximo noviembre. La tratativa por venir, se concretará en febrero de 2017. Ojalá que la Educación comience a salir del laberinto en el que circula desde hace rato. Quizá hace falta reconocer que está en crisis y que la sociedad que la sostiene precisa más que el diagnóstico de las deficiencias e insuficiencias, curriculares y monetarias. Mientras tanto, que el calendario no se suponga una inocua sucesión de fechas. Es una pieza decisiva para que la irradiación de saberes no ande a los tumbos, sin certidumbre y sin eficacia.
*Periodista - Escritor
Publicado el 20 de mayo de 2016
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