Un viaje hacia las utopías revolucionarias CLLLIII. "Un encuentro inesperado"
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Municipalidad de Parana

Por Manuel Justo Gaggero*
Un viaje hacia las utopías revolucionarias CLLLIII. "Un encuentro inesperado"
 
Se acercaba la Nochebuena, en ese año de “noche y niebla “que había sido el 76 y, pese a que no teníamos nada por lo que festejar, la tradición indicaba que teníamos que hacer una cena y comprar regalos para nuestros hijos que estaban en esos días con nosotros.

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Fecha:04/02/2016 12:08:00 
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Cuándo terminó el período escolar, que ellos cursaron con los abuelos en Santa Fe, nosotros hablamos con Lidia, la dueña de la casa en la que alquilábamos una habitación y el uso de la cocina, para preguntarle si era factible que vinieran por unos días nuestros tres pequeños, que ya estaban con mi madre en el departamento de la calle Uriarte para concretar la cena navideña y, eventualmente, la de fin de año.
No tuvo ningún problema. Nosotros le habíamos dicho que momentáneamente estaban con la abuela ya que atravesábamos algunos problemas económicos porque yo había perdido un trabajo eso nos impedía alquilar un departamento para vivir juntos.
El argumento era absolutamente creíble ya que el plan económico de Martínez de Hoz había generado una ola de despidos en el sector privado y bajas de los salarios golpeados por una inflación de más del 300 %.
Cuándo empezábamos a abocarnos a los preparativos, sin por supuesto abandonar las tareas partidarias, dos noticias nos provocaron una profunda congoja y aumentaron la tristeza que nos embargaba.
Por un lado y, con mucho retraso, nos enteramos que Carlos Fonseca Amador había sido asesinado en las montañas nicaragüenses por la guardia somocista el 7 de noviembre.
Este había fundado, en 1961, el Frente Sandinista de Liberación Nacional junto con Santos López, Silvio Mayorga y Tomás Borge, entre otros militantes guevaristas de ese país de “lagos y volcanes”.
Desde muy joven combatía a la dinastía de los Somoza, el primero –amigo de nuestro “General“- fue ejecutado por un poeta nica, Rigoberto López Pérez, el 21 de setiembre de 1956 y el segundo, considerado por el Departamento de Estado norteamericano como "el último marine”, por su fidelidad al Imperio, gobernaba la patria de Rubén Darío desde hacía varias décadas.
En una visita clandestina que hiciera a Cuba, en 1963, estuvo reunido con Alicia Eguren y John William Cooke quienes nos contaron de la fuerte impresión que les había causado por su firmeza en los principios y su firme decisión de combatir a los genocidas y lograr la liberación de su terruño.
Esta amarga noticia se completó con la información que me trasmitió Susana Sanz la compañera montonera con la que me reunía semanalmente.
El 22 de diciembre había sido abatido, por un “grupo de tareas“ del 601, Miguel Zavala Rodríguez.
Al “colorado” lo conocía desde los 60 cuándo integrábamos el equipo de abogados de la C.G.T. de los Argentinos que coordinaba Luis Cerruti Costa y sentía por él mucho afecto.
Recordaba que en el año 70 participó del Congreso de la Central en Paraná y se quedó unos días en nuestra casa soportando, estoicamente, las precarias “comodidades” que podíamos ofrecerle.
Unos años después y, luego del asesinato de nuestros compañeros en Trelew, concurrimos a un encuentro de la Federación Argentina de Colegios de Abogados que se realizó en La Plata.
Era también de la partida César Calcagn -otro gran compañero y amigo-.
El Congreso tenía toda la solemnidad que suelen darle los colegas a sus reuniones y rompimos la misma al exigir, a viva voz, que se pronunciaran por los crímenes de la Dictadura y exigieran la liberación de los presos políticos.
Trataron de acallarnos pero Miguel, con un vozarrón que conmovió a los asistentes, reitero el reclamo.
Como era conocido y respetado en el foro platense finalmente nos respondieron que introducirían nuestra petición en el orden del día del Consejo Directivo.
Ese era el compañero que enfrentó a la “patota” intentando, al mismo tiempo, poner a salvo a sus hijas con las cuáles paseaba ese día.
Angustiado viaje esa tarde a Banfield, a la casa de Oscar Alende, para seguir charlando con él la posibilidad de su viaje al exterior para sumarse a la denuncia del Terrorismo de Estado.
Varias veces habíamos coincidido con Miguel en la casa del “Bisonte“, por lo que cuando salió a abrirme la puerta me abrazó y comenzó a llorar por la infausta noticia.
Su actitud me emocionó y lo acompañe en la expresión del dolor.
Horas después tenía una cita con un compañero de la Secretaría del Buró, que me habían adelantado me conduciría a un lugar para encontrarme con un miembro de la Dirección que quería hablar conmigo.
La reunión podía durar toda la noche por lo que no volvería a casa hasta el día siguiente.
Le avisé a Alba para que no se preocupara y llegue puntualmente al encuentro.
El compañero me condujo a un departamento de alquiler temporario que se encontraba en la Calle Hipólito Yrigoyen, casi Santiago del Estero.
Me señaló que tocara el portero eléctrico en el 1°A que me esperaban.
Al hacerlo una voz, que me pareció reconocer, me dijo que pasara.
Al abrirme la puerta mi sorpresa fue inmensa. Me encontraba nada menos que con el “pelado” Enrique Gorriarán Merlo.
Nos abrazamos y nos sentamos en una especie de salita que tenía el inmueble.
Los recuerdos se agolpaban en mi cabeza.
Lo había conocido en los 60 cuando compartía una casa, en Rosario, con Luis y Susana.
Después de la fuga de Rawson participó de un Congreso del peronismo revolucionario que llevamos a cabo en el convento de los Monjes Benedictinos en la ciudad de Victoria.
Nos vimos varias veces y siempre admiré su solidez ideológica y su amplitud.
Sentía que desde que nos conocimos, en aquel viejo café de Rosario,“El Cairo”, cerca de la Facultad de Humanidades, había pasado mucho tiempo y ambos, desde actividades diferentes, ratificamos nuestro compromiso en la lucha revolucionaria por la independencia y el socialismo.
Me pidió que le hiciera un informe sobre la actividad desplegada por el Frente “legal” y las relaciones con los dirigentes democráticos.
Comencé comentándole que las células partidarias de militantes funcionaban sin ninguna alteración y que con Balta lograbamos atender a los simpatizantes.
Por su lado Alba seguía llevando adelante la tarea de prensa, pese a que en este sector se produjeron algunas caídas, que generaron lógicas limitaciones.
En cuanto a la relación con la dirigencia democrática se había consolidado la que veníamos sosteniendo desde hace años con Oscar Alende, Raúl Alfonsín, Raúl Borras, Alicia Eguren, Rafael Marino, Raúl Rabanaque Caballero, Horacio Sueldo, Juan Carlos Coral, entre otros.
Se profundizaban las diferencias con el Partido Comunista, por su postura de clara defensa del gobierno genocida que encabezaba el General Jorge Rafael Videla.
Me escuchó con atención y al finalizar me hizo algunas preguntas y luego pasó a desarrollar las últimas conclusiones a que había arribado la conducción del Partido.
Al mismo tiempo que participaba en esa reunión, que me cambiaría la vida, en una isla de solo 9200 kilómetros cuadrados de superficie llamada Chipre situada en la porción oriental del Mar Mediterráneo cerca de Turquía el líder de la lucha anticolonialista el Arzobispo Makarios, cofundador del Movimiento de Países No Alineados, reasumía la conducción de esta nación enfrentando la agresión de su vecina -principal aliada de Estados Unidos en la región.
¿Cómo caracterizaba autocríticamente nuestra dirección el período 1973 hasta nuestros días?.
¿De qué forma se planteaba reducir los golpes de la represión?.
¿Cuál era la decisión tomada con respecto a mi persona?.
Estas y otras preguntas las responderé en la próxima nota de esta saga.

*Abogado.-Ex Director del diario “El Mundo “ y de las revistas “Nuevo Hombre” y “Diciembre 20”.
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